lunes, 8 de enero de 2007

¿Cuánto cuesta un polvo?

I

Recuerdo que alguien había nombrado a la española. Son cosas distintas. Muy distintas. Nada que yo te pueda explicar, había dicho. No recordaba quién, tampoco los detalles, sólo eso. Hay una española, tal vez pueda interesarte. Una frase murmurada en medio de otras muchas palabras que martirizaron lentamente mi curiosidad.

Llamé luego. Días después. Nadie recordaba haberlo dicho. Quizás lo imaginé, me dije, hasta que por fin una voz desconocida me contestó en voz baja.

¿Quién quiere saber?

Yo apenas podía distinguir cual de mis contactos me había dado ese teléfono, revisé mis notas acelerado y por fin hice una apuesta. Llamo de parte del Gato. La voz del otro lado se compuso.

¿Con quién hablo yo?

Carlos.

¿No es periodista, verdad?

Por supuesto que no, mentí a medias.

Estamos hablando de algo que quizás usted no entienda, ni quiera, me dijo la voz con tono educado y neutro. Yo no participo, pero puedo darle un número de teléfono. ¿Tiene como anotar? …

Le recomiendo que llame mañana, después de las diez de la mañana y antes de las doce. De otra manera no es probable que alguien responda. Pregunte por Daniela. SI le preguntan, diga que llama de parte de Flavia. Hablamos de algo caro, Carlos, si no está dispuesto a tomarlo en serio le pido que no los haga perder el tiempo.

Tomé aire.

¿Cuánto es caro?

Mucho, mucho más que cualquiera de los negocios de su amigo Gato. Además, ya le he dicho, si usted ha hecho tratos con gente como él, entonces esto tal vez no es lo que usted busca. No sé si me logro explicar, pero usted no está preguntando por una persona, Carlos, usted está preguntando por un secreto. Eso tiene precio, ¿no?

Carraspeé. Mi presupuesto para este tema era grande. Todos sabían que me haría fakta aparentar mucho, sin embargo no lograba hacerme una idea.

¿Cuándo dice caro, dice el doble, el triple?

La voz del otro lado del teléfono se rió levemente. Quizás sea mejor que no llame, usted no está entendiendo nada de nada. Le estoy diciendo que esto es otra cosa. No hablamos de pagar unas horas de compañía, aunque el costo sea el más alto imaginable. Se trata de emprender una experiencia que dura mucho. Meses, tal vez años. Mire, antes de que cambie de opinión, usted llame y concrete una cita, sólo le pido que si le preguntan quién le dio el número, diga simplemente Flavia. Nada más. Por favor.

II

El tono de marcar sonó tres veces. Me contestó una mujer. Su voz era seria, con el tono perfecto de una recepcionista.

“Oficina, buenos días”

Pregunté por Daniela. No mencioné nunca a Flavia. La recepcionista se limitó a preguntar de parte de quien, y yo sin pensarlo le dije mi nombre. Carlos Jorquera. Nadie más me hizo preguntas. Espere un segundo, lo comunico.

Luego de unos pocos instantes de música instrumental desde el otro lado de la línea, comprendí a que se referían con “la española”. Una voz dulce y con evidente acento Ibérico se puso al teléfono. Hola, soy Daniela. ¿Es Carlos?

Titubeé unos segundos y respondí… Sí, es Carlos.

La española no esperó ni pidió más explicaciones.

Pues bien, Carlos, nadie habla conmigo por casualidad… supongo que estás interesado en conocernos. De ser así, pues el gusto será nuestro. Contesté con lo que intentó ser un tono natural. Me han hablado de ti, digo, de ustedes y me interesa saber algo más. La mujer pareció sonreír desde el otro lado. Espero que no te hallan lavado la cabeza con misterios espantosos, me dijo risueña. Poca gente nos conoce de verdad, y no nos interesa nada lo que se diga. Tampoco nos importa si eres o no periodista, Carlos, te hablo en serio. Sólo queremos que nos conozcas. De eso se trata, ¿no? Como cualquier secreto. Yo pensé en decir algo, pero ¿qué?. Al final no dije nada y sólo esperé.

Pues bien, Carlos, entonces ya está, toma nota. Es importante que no te equivoques. Hay cosas muy efímeras. Ya irás viendo.

Anoté una dirección en el centro. Cuando terminó de dictar cambió levemente su tono de voz, al que le impregnó un discreto matiz de disculpa. Esa es una oficina comercial. Hay algunas cosas que tendrás que resolver antes de venir, aspectos económicos de los que ya te habrán comentado, pero no te preocupes, eso sólo es parte del juego y… bueno, en realidad yo jamás hablo de dinero con mis amigos. Yo me quedé en silencio, con el block de notas en la mano sin saber que pensar. Ambos estábamos por colgar cuando la mujer se interrumpió a si misma en sus palabras de despedida. Ahhh, sólo una cosa más, me lanzó como si realmente se le hubiera olvidado. Debes ir de inmediato. La oficina se abre sólo por una hora luego de que nos contactan. Después desaparece. ¿Me entiendes? Nunca más en esa dirección. Nunca más en este número de teléfono. Nunca más una Flavia. ¿Me entiendes? Si no llegas antes de una hora se acabó.

No sé si entonces comprendí, pero miré el reloj antes de asentir obediente. Eran las diez y cuarto de la mañana. Colgamos el teléfono. Veinte minutos después estaba tocando el timbre de una puerta pequeña en el tercer piso de un edificio de la calle Huérfanos.

III

Entré a un espacio pequeño y prácticamente vacío. Abrió la puerta una mujer pequeña y encorvada. Por un instante pensé que se trataba de una anciana, sin embargo pronto me di cuenta de que no se trataba de eso. Simplemente la mujer estaba tullida, inclinada sobre si misma.

¿El Señor Jorquera? Me preguntó.

Así es, respondí nervioso.

Puede dejar aquí su chaqueta y su teléfono, me dijo con suavidad. Me dio la impresión de una enfermera en la consulta de un médico. Uno de esos pocos lugares en los que alguien a quien no hemos visto en la vida nos puede pedir que nos desvistamos, y nosotros lo hacemos sin chistar ni hacer preguntas.

Me quité la chaqueta y dejé el teléfono sobre un escritorio improvisado al centro de la recepción. Sígame, dijo la mujer. Abrió una puerta y me encontré en una oficina de unos veinte metros cuadrados con dos sillas. Nada más. De inmediato lo van a atender. Tome asiento.

Obedecí y me senté en la silla más próxima a la puerta. A los pocos segundos vi aparecer por el fondo de la habitación a una mujer. No logré sentir nada. Todos mis sentidos se convirtieron, en ese primer instante, en pensamientos. Recordé de inmediato a Gadamer. Bello es aquello que nos desespera.

Luego, sentí como la sangré se agolpaba en mi cuello y me impedía respirar con normalidad. La mujer, seguramente acostumbrada a esas reacciones, se demoró un rato largo en caminar hasta la silla y desocupada y se mantuvo de pie. Traía jeans azules, y una camiseta gris. Esperó varios minutos sin decir palabra. Sólo de vez en cuando sonreía, hasta que por fin habló.

Me llamo Sara. ¿Usted es Carlos?

Me puse de pie, con las piernas temblando y le alargué la mano. Sí, Carlos. La mujer sonrió nuevamente, su voz era ronca y su acento indefinido. Tome asiento, por favor, disculpe la falta de mobiliario pero no nos damos mucho tiempo para decorar nuestras oficinas. Asentí como un tonto y me senté. Ella acercó su silla hasta dejarla a unos pocos centímetros de la mía antes de sentarse.

Muy bien, Carlos. Entonces habló con Daniela. Asentí con la cabeza y murmuré una palabra que quiso decir sí. Mmm, Ok. No hay mucho que explicar. Hoy es Lunes, mañana lo irá a buscar un automóvil y lo llevará hasta nuestro recinto. Se trata de un par de horas, a lo sumo.

¿Cuánto dinero tiene señor Jorquera?

La miré. No entendía. Sonrió. A ver, si usted calcula todo su patrimonio, cuanto dinero tiene o puede conseguir. Digamos que usted está por morir y necesita una operación. O la operación la necesita alguien muy querido, cuanto es lo que usted puede reunir en pocos días.

La miré con ojos incrédulos. Pero sin darme cuenta comencé a sacar cuentas mentales que hasta ese instante jamás había hecho. Algunos ahorros, depósitos, la casa en Chile, el departamento en Viña del Mar heredado de mi madre. Las acciones de la compañía Telefónica que nos regaló el abuelo Esteban. Llegué a una cifra que me impresionó a mi mismo. Unos quinientos mil dólares, quizás un poco más.

Sin embargo, no le dije nada. Me quedé en silencio, mirando las piernas largas de la mujer sin saber en que me estaba metiendo pero con una sensación de vértigo y terror que me decía que si habría la boca sólo sería para decir que sí a cualquier cosa que Sara pudiera decir.

Ella me sonrió nuevamente. Se puso de pie y me hizo un gesto para que yo hiciera lo mismo. Se alejó unos centímetros y luego se largó a reír. Carlos, Carlos. Mírese. ¿Se da usted cuenta de la posición en la que se ha puesto?

¿Qué derecho tengo yo a preguntarle sobre el dinero que tiene o no?

¿Le parezco bonita? Junto con sus palabras, cruzó levemente las piernas en un paso de baile y bajó la cabeza en reverencia.

¿Y qué? Carlos, ¿Y qué?

Pues bien. Entonces vamos a cambiar la pregunta completamente. Usted suele pagar por favores sexuales. También escribe luego acerca de todo eso, pero eso ya no me importa. Usted es un asiduo pagador. ¿Me equivoco?

La miré nuevamente, confuso y avergonzado. Ella volvió a reír.

Bien, bien, bien… habrás oído que nosotros no vendemos favores sexuales, ¿no?

Asentí, de pie y con algo más de mi amor propio recobrado. Así es. Eso he oído.

¿Y entonces que crees que vendemos?

No lo sé, le dije con honestidad. Ella me miró y volvió a reír. Cada vez me parecía más hermosa.

En principio se trata de una semana en un lugar en el que estará aislado. Pagarás una cantidad de dinero por eso. No te puedo decir nada más.

¿Cuanto estás dispuesto a pagar?

La miré con ojos de risa y me repuse.

No lo sé, le dije, dime cuanto cuesta….

No, no, no…. Así no funciona. Tu haces una oferta y yo la acepto o no. Luego, tomas tus cosas y te vas. Si llegamos a un acuerdo, entonces mañana te encuentras con Daniela quien te explica de que se trata.

Saqué unas cuentas mensuales, pensé en el hotel más caro que conocía y en el valor de las prostitutas de moda. Modelos, actrices. Llegué a cuatro mil dólares por día. Le dije dos mil. Dos mil dólares diarios. Sara se me acercó y me besó suavemente en los labios. Luego se alejó un poco y tomó mi mano.

¿te gustaría tocarme?

Asentí. Tomó mi mano y la puso entre su piernas, sobre la tela del jeans y la apretó contra su pubis. Sentí una ola de sensaciones. Apreté la mano contra ella hasta que se alejó con cuidado.

¿Y pagarías cinco mil ahora por hacerme el amor? Sobre el suelo. Ahora mismo. Sin condones ni rollos, me entiendes. Ahora mismo.

Yo la miré perplejo, era una cifra absurda, sin embargo ella comenzó a abrir el cierre del jeans y dejó ver el inicio de un bikini de encaje blanco. Ven, tócame. Mete tu mano aquí. ¿Me pagarías cinco mil dólares ahora?

Yo me negaba a contestar. La palabra “no” me parecía imposible, vulgar, absurda, y sin embargo… Cuando el bikini de Sara calló al suelo y mis dedos rozaron la humedad de su cuerpo, volvió a preguntar, se flectó sobre si misma y con mis dedos aprisionados, volvió a preguntar.

Mis labios se abrieron al mismo tiempo que ella rozaba con sus labios mi oreja.

Sí. Claro que sí, le dije desfalleciendo.

En ese instante, me separó de su cuerpo con cuidado, comenzó a ordenar su ropa, sonriente. Muy bien, muy bien. Ya tenemos un monto, Carlos, ¿no?

(continuará)

1 comentario:

jhuber lander alzate garcia dijo...

que cuento mas bacano me distrajo mucho jaja la bna