lunes, 8 de enero de 2007

Dead Man Walking...

Lejos de la avenida el ruido de las calles se esparce como un murmullo de abejas. Un segundo antes de dar la vuelta por 27 Poniente, los transeúntes pueden mirar atrás y desde lejos divisar el mar humano que se reúne en Trafalgar casi esquina de La Rosa. El instante tiene algo de magia si el observador es detallista, pues casi al mismo tiempo que la vista pierde el sentido de la multitud, el oído deja de reconocer las voces para caer en ese zumbido informe que asemeja a un panal.

Lucas camina con paso lento por una calle lateral y el tumulto queda rápidamente oculto tras un pasaje pequeño en el norte de la América 4. Su paso quieto no permite distinguir a primera vista que el hombre que camina sabe que morirá en pocas horas. Es parte del juego, piensa en silencio. Nadie me pidió que lo intentara, nadie me ocultó las reglas, es sólo que de todas maneras nunca resulta fácil esta conciencia monótona.

Detrás de los muros que se van juntando en la zona de frontera, se escuchan sonidos nuevos. Tres cuadrantes al norte, más allá de la línea de despegue Lucas apura el paso y avanza casi corriendo hacia la entrada de un edificio de los nuevos. Frente a la puerta se detiene para mirar hacia arriba. Su cuello se estira tenso y con dificultar consigue vislumbrar el final de la edificación. Las puertas de cristal están abiertas de par en par lo que le produce una desconfianza, extraña, considerando las circunstancias irremediables.

Dentro del depósito de créditos, ubicado en la manga derecha, Lucas busca una tarjeta en la que ha anotado un número a la rápida. Programa la tarjeta con prisa y se dirige a tropezones a la entrada. Entre las puertas abiertas busca el lector óptico pero no lo ve por ningún lado. Revisa la tarjeta con cuidado, tratando de hacer las cosas con cautela. La dirección es correcta, el cuadro de comandos coincide, el área de lectura está flamante. El hombre mueve la cabeza hacia los extremos buscando una señal pero no ve nada. En circunstancias normales jamás se habría arriesgado a ingresar a un edificio de la Zona de Frontera sin el pase pero, después de todo, este es un día especial piensa sonriendo.

Camina despacio entre las hojas de cristal y cuando su cuerpo ha traspasado completamente la puerta, siente un leve zumbido en su medidor de presión. Dios, esto va en serio, dice en voz alta. El aire descomprimido le cierra un poco la nariz mientras avanza, pero aún está en uno de sus cuadrantes por lo que no debiera haber dificultades mayores. El piso del edificio es de genatrol, como en la mayoría de los edificios nuevos y la plantas de sus pies se deslizan con suavidad sobre los relieves que dan paso a las murallas circulares. Desde hace tiempo que no caminaba por muros de linalio por lo que los primeros pasos le resultaron algo incómodos, pero luego de unos veinte metros de duda prosigue la marcha con naturalidad. Al frente, justo antes de la clásica cámara de descompresión advierte una puerta abierta al costado derecho. Instintivamente se escabulle hacia el interior. El contratista le había advertido que tomara la puerta que está antes de la cámara. No dijo derecho izquierda pero ante la falta de alternativas le parece que las instrucciones fueron suficientes. Tras el marco de metal se abre un pasillo angosto y mal iluminado. Lucas camina despacio mirando los muros plateados mientras avanza hacia un débil resplandor que se vislumbra a unos 50 pasos.

Desde hace días que se ha conformado. De cierta manera no siente derecho alguno a culpar a alguien. Ni siquiera cree justo culparse a si mismo. Después de todo sus estudios en teoría clásica del comportamiento no sólo lo llevaron a condenarse de este modo absurdo, sino que a la vez debieran facilitarle los instrumentos para racionalizar este instante como corresponde.

No soy un subversivo, se dice con ironía. Nunca lo intenté aunque se me juzgue de otro modo. Todo lo que he hecho ha estado estrictamente dentro del sistema, jugando en el borde, recorriendo dudoso la frontera, pero por lo mismo confirmando aún más las reglas que nos rigen.

El Código de Procedimientos de emergencia fue necesario. Me parece del todo insoportable pero no niego ni por un segundo su utilidad. Por eso, para eso, trabajé tanto tiempo en las condiciones para su modificación. ¿Qué se creen? Nadie se pasa 15 años haciendo estudios sobre las consecuencias de la liberación de conductas si quisiera de verdad abolirlas sin más ni más. No, no fue así, aunque nadie me crea, reconozco su mérito, sé que la transición es difícil y que estamos expuestos a una anarquía inmanejable. ¿Qué puede tener que ver esa conciencia con la sensación física de agobio?

Frente al pasillo, justo antes de girar, Lucas encuentra una puerta cerrada. Toca instintivamente la manga para buscar la tarjeta pero se ríe de sí mismo. La puerta estará abierta, había dicho el contratista, y en efecto pudo abrirla sin dificultad. Al traspasar el umbral, recordó que debía respirar una última bocanada de aire limpio. Se lo había prometido. Tras su paso, la puerta se cerró sin ruido. Lucas pensó en confirmar si podría abrirla pero antes de hacerlo se dio cuenta que ese era un acto innecesario. Avanzó por el nuevo corredor hasta una sala vacía. En el centro, una mesa acolchada. Una especie de camilla enorme y sobre ella una joven vestida con una bata de hospital.

Lucas se detuvo un instante frente a la mesa y observó los ojos abiertos de la mujer. Su cuello recto y diminuto, sus manos apoyadas sobre la mesa en ángulo recto con los brazos y el pelo castaño y lacio que cae sobre los hombros blanquísimos. Por su mente, la de Lucas, se amontonan imágenes recobradas de un tiempo impreciso. Otras manos chiquitas, otros labios delgados. La mujer no ha abierto la boca más que para sonreír, pero está viva. Dios, piensa Lucas, tal vez más viva que ningún otro ser sobre la tierra.

El hombre comienza a girar alrededor de la mesa, contemplando los ángulos, las perspectivas, desentrañando las sombras casi imperceptibles de la silueta sobre la manta blanca, sobre los muros de linalio, sobre el piso de plistec barato. Sus botas producen un sonido vago mientras camina, como si se encontrara en una habitación del siglo pasado, y la mujer sonríe y de vez en cuando mueve la cabeza y se concentra en los ojos de Lucas, y lo escruta y le vuelve a sonreír. La mente del hombre se desenreda despacio. Por supuesto sabe de que se trata en teoría, pero duda incluso de su capacidad genética para completar el desafío. Se acerca despacio a la mesa y se ubica de frente a la mujer que los observa con calma. El resto es historia, los pies blancos y fríos de la mujer bajo la piel de las piernas de Lucas, el sudor desconocido de los abdómenes, la certeza impredecible de existir y sobre todo la humedad.

Lucas mira por última vez a la mujer que parece haber crecido infinitamente en estas horas, ella sonríe de nuevo con inteligencia y Lucas respira una bocanada profunda de ese aire infecto. La mujer abre los labios y por primera vez pronuncia una palabra. Su voz suena cristalina y con un rastro de jadeo que Lucas agradece.

¿Estás consciente que esto es un delito?

Lucas la observa y acaricia despacio ese mentón delicado por el que aún se cae una brizna de saliva.

Si, le responde con una sonrisa.... Claro que sí…

Pena de muerte, ¿no?

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